Y te escuché doler de nuevo, y esta vez por mí. Y te ví caer conmigo. Y lloré por millonésima vez con la esperanza oculta de levantarme otra vez, no por mí. Por vos. Por vos daría mi vida entera.
Y veía el reflejo en una pantalla y mis lagrimas inundando mis manos, cayendo muertas, temerosas...y mi cuerpo temblaba al tenebroso ritmo de un corazón enamorado.
Y tenía miedo de encontrarme con un espejo que delatara mi rostro partido, tenía verguenza de mi propio llanto, quería apagar la música de aquella pesadilla. Miedo de romper aquel calor que compartíamos y esas palabras, ciegas, que nos decíamos, neblina de confusión.
Y me veía a mi misma perdida en aquella nube, caía sola. Sola y escuchaba sollozar tu voz, entre gritos nos amabamos. Y decidí no soltarte, no dejarte volar.
Solía imaginar tu rostro empapado por lluvia, y solía imaginarte allí, conmigo. Y te ví despegar tus pies de la tierra y tiré hacia abajo...perdoname. No puedo soltarte. Perdoname por no dejarte volar y quiza encontrar algo más hermoso, algo más perfecto...
Decidí jamás decirte adiós. Sería demasiado doloroso, y, volvería mil pasos atrás, naufraga en un camino invisible. Reina en las sombras y presa de toda soledad, vivir del pasado no es vivir. Creo que todos queremos llegar a ser una persona feliz. Y yo ya llegué a eso. Llegué al punto más alto de una montaña...siempre pienso eso, y cuando despierto otra vez y te encuentro a mi lado, la montaña crece como si angeles la construyeran para mí. Para vos. Por nosotros.
Y me doy vuelta y veo ahora, ¿todo sigue igual?. El mar se llevó en su arena estrellas y nos dejó parte más que suficiente: la valentía de seguir adelante.
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